Los perros de hoy en día están cientos de generaciones de su ancestro cazador más cercano, pero a pesar de ello su cuerpo aún tiene rasgos de una máquina para cazar. Para empezar, tienen filosos dientes incisivos que no fueron diseñados para comer elegantes bocados de alimento balanceado, los ojos tienen miles de receptores de movimiento más que los ojos del ser humano y tienen un impulso para la persecución que hace que instintivamente persigan a cualquier cosa que corra... como los gatos.
En el presente, hay muchos perros maduros que preferirían dormir antes que perseguir, y en el caso de que lo hicieran es muy raro que el impulso siguiente sea el de matar a la presa. Por el lado de los gatos, excitan a los canes y les encanta perseguirlos en general... hasta que los tienen arrinconados porque en ese caso no saben qué hacer después y se frustran.
Los felinos son más veloces y más ágiles, pueden saltar distancias tremendas y se alejan de las persecuciones sin haber sufrido siquiera un rasguño. En el caso de que tengas un gato y un perro conviviendo en un mismo hogar, es importante recompensar a ambos cuando estén tranquilos al vincularse, reforzando este comportamiento.
Este acercamiento tendrá que ser progresivo y paulatino porque cualquier falla puede retrasar o hacer imposible el acercamiento. Cuando se dé la interacción, que será el último paso de la presentación, tendremos que dejar que se presenten, se huelan e interactúen, reforzando el buen comportamiento con recompensas y manteniendo el bozal y la correa en el caso del perro para evitar contratiempos.
Si durante la presentación queda claro que se llevan bien, hay que dejarlos sueltos en el mismo espacio, pero supervisándolos y con sus espacios de comida separados para evitar posibles conflictos. No imposible, pero antes de decidir la nueva incorporación es importante conocer la disposición de nuestro animal a la otra especie para evitar tediosas medidas que no siempre termina en felicidad.