Marlon Brando nació un 3 de abril de 1924, hace ahora 98 años. Para muchos fue conocido como la estrella de Hollywood y el mejor actor de cine de todos los tiempos. Sin embargo, su carácter descarado y su atrevida personalidad lo hicieron difícil como compañero de rodaje y vetó, en contadas ocasiones, posibles amistades. Así, mientras el mundo del espectáculo conocía la verdadera cara de la moneda y se endurecían las críticas, Brando crecía en sus interpretaciones en detrimento, como Kowalski en “Un tranvía llamado deseo” de 1951.
Al pasar los años, el carácter de Marlon Brando se hizo aún más difícil de lidiar. En los rodajes se negaba a memorizar el guión y todo aquel que lo quería en su película tenía que adaptarse a sus condiciones, como el caso de “Superman” cuando le exigió a Warner un sueldo extraordinario por siete minutos en pantalla: la cifra rondaba los siete millones de dólares.
'La sonrisa de Brando' publicada en 2014 dejó el velo al descubierto. La polémica biografía del actor narra en sus páginas la intimidad del rodaje en las escenas sexuales, en las que algunas de sus compañeras profesionales no sobrevivieron del escándalo. Como cuando tuvo la ocasión de dormir con Sophia Loren, con la que rodó 'La condesa de Hong Kong' (1967), dijo que la rechazó porque “su aliento era peor que un dinosaurio”. Y De Elizabeth Taylor aseguró, entre toma y toma de 'Reflejos en un ojo dorado' (1967), que su culo era “demasiado pequeño”.
A pesar de convertirse en un emblema de la actuación, el final de su historia nos deja un sabor raro, un tanto insípido. En los últimos años, Marlon se quedó en la ruina tras pagar la defensa legal de su hijo quien había sido condenado a prisión por asesinar al novio de su hermanastra. Y como si fuera poco, de nada sirvió esa ayuda legal ya que Chris se suicidó en 1996. Así, hundido en la depresión, Brando se vio obligado a vivir de una austera pensión como actor.
Sumergido en problemas y con la soga al cuello, nunca vaciló en vender la isla Tetiaroa situada en la Polinesia Francesa de la que se enamoró cuando rodaba “Rebelión a bordo” y de la que se adueñó en 1966. Ese paraíso mágico lo abstrajo cada vez que Marlon Brando quiso escapar de su vida hollywoodense y calmar sus demonios internos. Aunque la vida del actor comenzaba a desdibujarse, al fin y al cabo hubo dos cosas a las que nunca renunció: su isla y ese reflejo misantrópico que lo alejó del común de la gente.